Vengo vagando, nadie parece culparme, pero en el fondo soy condenado. He pecado de prestar oídos a las falacias que tu amañada querencia encubría.
La noche oculta mis sollozos, nunca más podré ver con claridad; mi alma jamás comprenderá la serenidad. Anhelo con creces que el alba ocurra hasta que mi vida llegue a su fin.
Pero observo el fulgor de la luna perderse a lo lejos en las montañas; y mi mayor suplicio ocurre, de nuevo.
Aún vengo vagando, todos me culpan, aunque por dentro estoy sanando. Seco mi llanto, pues ha amanecido; es otro día más.